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Como todos los años, el día 28 de julio se celebra el Día Mundial contra la Hepatitis. Una fecha conmemorativa que recuerda el nacimiento del científico estadounidense Baruch Samuel Blumberg, descubridor del virus de la hepatitis B, desarrollador de la primera vacuna contra la enfermedad y Premio Nobel de Medicina en 1976.

Las hepatitis víricas afectan a 400 millones de personas en todo el mundo, y el 95 % de quienes padecen la enfermedad de forma crónica lo desconoce. Y, lo que es más grave, tan solo el 1 % de los afectados por hepatitis vírica tiene acceso al tratamiento. Detectarla a tiempo es fundamental para combatirla.

Las hepatitis B y C pueden tratarse y de esta forma evitar que se conviertan en enfermedades crónicas que deriven, posteriormente, en una cirrosis hepática o en un cáncer de hígado. De ahí la importancia fundamental del diagnóstico precoz para combatir esta patología.

La vacunación universal ha sido la medida más eficaz para luchar contra la infección por el virus de la hepatitis B. En cuanto a la hepatitis C, más del 95 % de las personas que la padecen puede curarse en un plazo de tres a seis meses, evitando las complicaciones de la enfermedad. Hoy por hoy, las hepatitis B, C y D son las causantes de más del 95 % de las muertes por este tipo de patología.

Este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) incide en la importancia del acceso de la población a los centros de atención primaria para la prevención y el tratamiento de las hepatitis. El objetivo del organismo es eliminar la hepatitis vírica como un problema de salud pública para el año 2030, para lo cual se han establecido una serie de estrategias.

Causa de las hepatitis víricas

La hepatitis es una inflamación aguda del hígado. Aunque las causas son diversas (por ejemplo, una enfermedad autoinmune o el abuso de alcohol y/o drogas), las hepatitis más frecuentes son las infecciosas producidas por virus.

Hay cinco tipos de hepatitis víricas conocidas por el nombre de los virus que las producen (A, B, C, D y E). La hepatitis B es el tipo más frecuente y suele resolverse sin complicaciones, aunque en ocasiones pueda cronificarse. Por su parte, la hepatitis C es la que con mayor frecuencia lleva a la cronicidad y a la cirrosis.

¿Cómo dañan los virus al hígado?

Se trata de una respuesta del sistema inmunitario a la infección de las células hepáticas (los hepatocitos). El virus infecta al hepatocito y hace que este exprese en la membrana (su capa exterior) proteínas del propio virus. Hay una sucesión compleja de mecanismos moleculares, pero una de las respuestas del organismo es la producción de linfocitos T específicos que llevan a la muerte del hepatocito.

Síntomas y transmisión de las hepatitis víricas

La enfermedad puede cursar de forma asintomática o presentarse con síntomas inespecíficos. Los más frecuentes son la pérdida de peso, náuseas y vómitos, diarrea, coluria (orina oscura) y heces de color claro, dolor abdominal e ictericia (coloración amarillenta de la piel y de los ojos).

La hepatitis A se transmite a través de alimentos o del agua contaminada por el virus. La hepatitis B, mediante el contacto con sangre y/o fluidos corporales, o en relaciones sexuales sin protección. También puede transmitirse al compartir jeringuillas o elementos de higiene personal (cepillos de dientes, cuchillas de afeitar).

Es importante, asimismo, destacar la posibilidad de contagio por la realización de tatuajes y/o piercings en lugares de dudosa higiene. También es posible la transmisión madre-hijo en el momento del nacimiento.

En el caso de la hepatitis C, esta se contagia mediante el contacto con sangre de una persona infectada por el virus (transmisión vía parenteral). Hace años, era frecuente la transmisión de hepatitis B o C en el curso de una transfusión sanguínea. En la actualidad se realizan pruebas en la sangre del donante para evitar cualquier tipo de contagio.

Hepatitis aguda infantil de origen desconocido

Esta enfermedad, detectada inicialmente en abril de este año en Reino Unido, afecta a niños menores de 10 años. En España, la mayoría de los casos se da en menores de seis años, siendo mayor la proporción de niñas.

Los síntomas más frecuentes son vómitos, malestar general, fiebre, y dolor abdominal, siendo menos frecuentes la diarrea, ictericia o los síntomas catarrales.

Se trata de una hepatitis que, en principio, no está causada por los virus conocidos (A, B, C, D, y E). Los primeros estudios descartan que las vacunas de la Covid-19 sean las causantes de la enfermedad. Algunos investigadores sugieren que el confinamiento durante la pandemia hizo que muchos niños no tuvieran contacto con virus comunes como el adenovirus, el virus adenoasociado 2 (AAV2, por sus siglas en inglés) o el virus herpes humano 6.

De esos niños, algunos más susceptibles pudieron enfermar tras exponerse a estos virus, para los que no habían adquirido la inmunidad.

Cada vez vamos conociendo nuevos elementos que permitirán descubrir la verdadera causa de esta enfermedad, pero la etiología sigue siendo desconocida. Lo preocupante es que en algunos casos esta hepatitis puede resultar mortal o llevar a un trasplante de hígado.

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